jueves, 12 de febrero de 2009

La abdicación de la autoridad paterna.



¿Qué pasa?, se preguntan atónitos padres, educadores y la sociedad cuando contemplan hechos como el maltrato que ejercen los hijos sobre sus progenitores, por el miedo que producen las bandas juveniles, las reyertas en la salida de los institutos, etc. Y, cuando hay una muerte por medio, se disparan los interrogantes, se echa la culpa a los demás y a esperar un nuevo suceso.

Una de las claves que nos permite desentrañar el común denominador de estos hechos o similares es la dificultad de poner los límites que tienen los adultos respecto de sus hijos o alumnos. La vida tiene sentido cuando está delimitado el terreno de juego; si no, no se sabe a qué se juega: se pierden las referencias y se ignora a qué atenerse.

Sin reglas no hay juego ni diversión. No pocos padres están demostrando una incapacidad de poner límites, de decir «no», de dar normas y hacerles cumplir. El precio son unos hijos e hijas que desconocen los límites. Más aún, no los soportan cuando se enfrentan con ellos. Creen que tienen derecho a todo porque nadie, desde pequeños, les ha indicado que no todo es posible, ni se dispone de medios para hacer cualquier cosa. Lo grave del caso es que los padres creen que lo están haciendo bien porque conceden lo que piden. Al contrario, les están impidiendo ser libres y responsables.

¿Qué les ocurre a los padres para no poder poner límites a sus hijos? Hay muchas causas, pero entre ellas señalamos algunas como la abdicación de la autoridad paterna. Hoy, hay padres que han perdido su función en la familia y no saben a qué atenerse. El miedo a generar frustración por no repetir en sus hijos lo que critican de sus padres. Tienen un miedo atroz a que los fracasos de sus hijos sean causa de infelicidad.

Miedo a no estar a la moda

Otra causa sería el desencanto de los proyectos colectivos, pues viven inmersos en una vida individualista. La poca o nula resistencia a quedar al margen de las modas sociales. Basta un solo ejemplo: si todos tienen móvil, los padres no desean que sus hijos sean menos que los demás. Y hay una tercera causa que señalamos y que está cada vez más extendida en la moderna sociedad, como es las consecuencias de la incorporación plena en el trabajo tanto del padre como de la madre. Los pocos minutos que quedan para la vida familiar es un tiempo en el que resulta más cómodo hacer la vista gorda y evitar el tener que marcar límites o reprender.

Así, los hijos consideran que sus padres son maravillosos porque les conceden todo lo que piden, pero no resisten la mínima negativa. Con el paso del tiempo, se dan cuenta de que ellos son los que mandan: la obediencia no está en su vocabulario. Caen en la espiral de los deseos y por ello nunca están satisfechos. Se les concede lo que solicitan pero un nuevo deseo genera una nueva petición. Hay quienes buscan fuera del hogar familiar lo que no encuentran dentro. Si no hay autoridad, depositan su obediencia en el líder de la cuadrilla. La autoridad es una necesidad.

Sin árbitro, no hay partido. Ser demócratas implica sujetarse a unas reglas muy precisas y exigentes. Abusar de las normas tampoco es bueno, puesto que no educa. Por otra parte, existe la percepción de que tanta violencia gratuita, apoyada por un mundo de imágenes y realidades, también violento, hace que las nuevas generaciones sean más propensas a utilizar la fuerza bruta que la postura conciliadora.

Actualmente la cultura audiovisual plantea nuevos retos para la educación de los niños y de los jóvenes. La capacidad crítica y de selección ante los medios audiovisuales y el diálogo, y el razonamiento sobre estos productos culturales, son nuevas necesidades educativas para padres, hijos y formadores, con la finalidad de evitar, sobre todo, confusiones éticas. No todo es relativo, no todo vale, y hay acciones que atentan contra la dignidad de las personas. Existen unos principios éticos que no pueden ser olvidados.

La educación de nuestros jóvenes, hoy más que nunca, exige una responsabilidad social compartida. Es muy importante que todos: padres, escuela, iglesia, sociedad, también los medios de comunicación, ayuden para que los jóvenes puedan dar forma a su proyecto de vida, conozcan los límites y los interioricen y puedan contar con una adecuada educación en valores.

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